La Adicción y la Búsqueda de la Plenitud
¿Por qué nos volveríamos adictos a otra persona? La razón por la que la relación de amor romántico es una experiencia tan intensa y universalmente perseguida es que parece ofrecer la liberación de un estado profundamente arraigado de miedo, necesidad, carencia y falta de plenitud que es parte de la condición humana en su estado no redimido o no iluminado. Hay una dimensión física y otra psicológica en este estado.
En el nivel físico, usted obviamente no está completo, ni lo estará nunca: es un hombre o una mujer, es decir, la mitad del todo. En este nivel, la añoranza de la plenitud -el retorno a la unidad- se manifiesta como una atracción entre el macho y la hembra, la necesidad del hombre de una mujer, la necesidad de la mujer de un hombre. Es un impulso casi irresistible de unión con la polaridad de energía contraria. La raíz de este impulso es espiritual: la añoranza del fin de la dualidad, un retorno al estado de plenitud. La unión sexual es lo más cerca que usted puede estar de este estado en el plano físico.
Por eso es la experiencia más profundamente satisfactoria que puede ofrecer el reino físico. Pero la unión sexual no es más que un atisbo fugaz de la plenitud, un instante de bienaventuranza. Mientras se busque inconscientemente como un medio de salvación, usted está buscando el fin de la dualidad en el nivel de la forma, donde no puede encontrarse. Usted recibe un atisbo del cielo, pero no se le permite habitar allí y se encuentra a sí mismo de nuevo en un cuerpo separado.
En el nivel psicológico, la sensación de carencia y de falta de plenitud es, acaso, aún mayor que en el nivel físico. Mientras esté identificado con la mente, usted tiene un sentido de sí mismo derivado del exterior. Es decir, usted obtiene el sentido de quién es, su papel social, las posesiones, la apariencia externa, los éxitos y fracasos, los sistemas de creencias, etc.
Este ser falso, elaborado por la mente, el ego, se siente vulnerable, inseguro y siempre está buscando cosas nuevas con las cuales identificarse para que le den una sensación de que existe. Pero nunca nada es suficiente para darle una realización duradera. Su miedo y su sentido de carencia y necesidad permanecen. Pero entonces llega esta relación especial. Parece ser la respuesta a todos los problemas del ego y llenar todas sus necesidades. Al menos así parece al principio.
Todas las demás cosas de las que usted derivaba su sentido de sí mismo antes, ahora se vuelven relativamente insignificantes. Usted tiene ahora un solo punto focal que las reemplaza a todas, da sentido a su vida, y a través del cual usted define su identidad: la persona de la que está «enamorado». Ya no es un fragmento desconectado en un universo carente de afecto, o eso parece.
Su mundo ahora tiene un centro: el amado. El hecho de que el centro esté fuera de usted y que, por lo tanto, usted todavía tenga un sentido de sí mismo derivado del exterior, no parece importar al principio. Lo que importa es que los sentimientos subyacentes de no plenitud, miedo, carencia y falta de realización, tan característicos del estado egotista, ya no están ahí. ¿O sí? ¿Se han disuelto o continúan existiendo bajo la feliz realidad superficial? Si en sus relaciones usted experimenta «amor» y su contrario -ataque, violencia emocional, etcétera- es probable que esté confundiendo el apego del ego y la dependencia adictiva con el amor. Usted no puede amar a su pareja un momento y atacarla al siguiente.
El verdadero amor no tiene contrario. Si su «amor» tiene un contrario, entonces no es amor sino una fuerte necesidad del ego de un sentido más profundo y completo de sí mismo, una necesidad que la otra persona llena temporalmente. Es el sustituto del ego para la salvación y, por un corto tiempo, casi se siente como la salvación. Pero llega un punto en el que su pareja actúa de forma que deja de llenar sus necesidades, o más bien las de su ego. Los sentimientos de temor, dolor y carencia, que son una parte intrínseca de la conciencia egotista pero que habían sido ocultados por la «relación amorosa», ahora salen a la superficie.
Igual que con cualquier otra adicción, usted está en un punto alto cuando la droga está disponible, pero invariablemente llega un momento en que la droga ya no le hace efecto.Cuando vuelven a aparecer esos sentimientos dolorosos, usted los siente incluso con más fuerza que antes, más aún, ahora percibe a su pareja como la causa de esos sentimientos. Esto quiere decir que los proyecta hacia afuera y ataca al otro con toda la violencia salvaje que es parte de su dolor. Este ataque puede despertar el dolor de la pareja y ésta puede contraatacarlo.En ese punto el ego todavía espera inconscientemente que su ataque o sus intentos de manipulación sean suficiente castigo para inducir a su pareja a cambiar su conducta, de modo que pueda usarla de nuevo como protección de su dolor.
Toda adicción surge de una negativa inconsciente a enfrentar el dolor y salir de él. Toda adicción comienza con dolor y termina con dolor. No importa a qué sustancia sea usted adicto -alcohol, comida, drogas legales o ilegales, o una persona- usted está usando algo o a alguien para ocultar su dolor. Por eso, después de que la euforia inicial ha pasado, hay tanta infelicidad, tanto dolor en las relaciones íntimas. Ellas no producen dolor o infelicidad, simplemente sacan a la luz el dolor y la infelicidad que ya hay en usted. Toda adicción hace eso. Toda adicción llega a un punto en el que ya no funciona para usted y entonces usted siente el dolor más intensamente que nunca.
Esa es una de las razones por las que la mayoría de las personas están siempre intentando escapar del momento presente y buscando algún tipo de salvación en el futuro. Lo primero que podrían encontrar si enfocaran su atención en el Ahora es su propio dolor y eso es lo que temen. Si supieran lo fácil que es acceder en el Ahora al Poder de la Presencia que disuelve el pasado y el dolor, a la Realidad que disuelve la ilusión. Si sólo supieran cuán cerca están de su realidad, cuán cerca están de Dios.
Evadir las relaciones en un intento por evitar el dolor no es la solución tampoco. El dolor está ahí de todos modos. Es más probable que tres relaciones fallidas en tres años lo obliguen a despertar, y no tres años en una isla desierta o aislado en su habitación. Pero si pudiera traer intensa presencia a su soledad, eso también funcionaría para usted.
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LA ILUSIÓN DE LA MUERTE
La humanidad está hipnotizada por la idea de la muerte. El vulgar empleo de esta palabra denota la ilusión. En labios de quienes debieran tener mayor conocimiento oímos expresiones como las de “la implacable guadaña de la muerte”, “tronchada en la flor de su edad”, “desaparecido para siempre”, “todo acabó para él, o ella“, “pérdida irreparable”, etc., al hablar de una persona que acaba de marcharse de este mundo, como si diesen a entender que ha dejado de existir para siempre y ya no es nada.
Sobre todo en el mundo occidental predominan estas pesimistas y escépticas ideas, a pesar de que la religión cristiana describe las delicias del cielo en tan vigorosos y atractivos términos que todos sus fieles deberían desear el tránsito a tan feliz y dichosa vida.
Si los cristianos creyeran sinceramente lo que su esotérica religión les enseña y promete, en vez de lamentarse amargamente y vestirse de luto cuando alguno de sus deudos y allegados muere con las debidas disposiciones, habrían de entonar cantos de júbilo y engalanarse floridamente por haber pasado el ser querido a la dichosa, feliz y bienaventurada vida celeste. La generalidad de las gentes, no obstante la fe que profesan, temen la muerte, les espanta su imagen y les conturba su recuerdo con invencible terror.
Sin embargo, quienes conocen la ilusión de la muerte no experimentan tan siniestras emociones; y aunque naturalmente sientan la temporánea separación del ser amado, saben que no lo han perdido para siempre, sino que tan sólo pasó a otra fase de vida y que nada de él se ha aniquilado. Relata una secular fábula índica que al notar una oruga la languidez anunciadora del fin de su estado y el principio de su largo sueño de crisálida, reunió a sus compañeras y les dijo: “Triste es pensar en el forzoso abandono de esta vida que tan halagüeñas venturas me prometía. Segada por la guadaña de la muerte en la flor de mi existencia, soy un ejemplo de la crueldad de la Naturaleza.
Mañana ya no existiré.” Acompañada por las lágrimas y lamentaciones de las amigas que rodeaban su lecho de muerte, la oruga pasó a su otro estado. Una vieja oruga exclamó tristemente: “Nuestra hermana nos ha dejado. Su destino es también el nuestro. Una tras otra nos abatirá la guadaña destructora como a la hierba de los prados. La fe nos mueve a esperar otra-vida, pero acaso sea una vana esperanza. Ninguna de nosotras sabe nada de cierto sobre otra vida. Lamentamos el común destino de nuestra raza.” Después se marcharon todas tristemente.
Bien claro se echa de ver la ironía de esta fábula y nos sonreímos de que la oruga ignore la gloriosa vida que le espera cuando despierte del sueño de la muerte y se metamorfosee en policromada mariposa. Pero no hemos de sonreírnos, porque todos tenemos la misma ilusión que la oruga. Esta secular fábula simboliza en unas formas inferiores de vida la ignorancia e ilusión de la humanidad. Todos los ocultistas reconocen en los tres estados de: oruga, crisálida y mariposa una imagen de la transformación que aguarda a cada ser humano.
Porque la muerte para el hombre no es más que el estado de crisálida para la oruga. En ninguno de ambos casos cesa la vida por un solo instante, sino que persiste mientras la Naturaleza efectúa sus transformaciones.
Estrictamente hablando, desde el punto de vista oriental no existe la muerte. Este nombre es una mentira y su idea una ilusión nacida de la ignorancia. No hay muerte. Sólo hay vida con muchas fases y modalidades, a una de las cuales llaman “muerte” los ignorantes. Nada muere realmente aunque todo experimenta un cambio de forma y actividad.
Así dice el Bhagavad Gita:
“Nunca nació el espíritu ni nunca dejará de ser. Nunca hubo tiempo en que no fuera, pues sueños son el principio y el fin. Sin nacimientos ni muertes ni mudanzas permanece el espíritu por siempre. La muerte no lo toca, aunque parezca muerta la casa en que mora.” Los materialistas arguyen frecuentemente contra la inmortalidad del alma diciendo que todo en la naturaleza se disuelve y destruye.
Si así fuese resultaría lógico inferir de ello la muerte del alma; pero en verdad no hay nada semejante porque nada muere realmente. Lo que llamamos muerte o destrucción, aun del más insignificante ser inanimado, no sé más que un cambio de forma o condición de su energía y actividades. Ni siquiera el cuerpo muere en el estricto sentido de la palabra. El cuerpo no es una entidad sino un agregado de células que sirven de vehículo a ciertas modalidades de energía que las vitalizan. Cuando el alma deja el cuerpo, las células se disgregan en vez de agregarse como antes. La unificante fuerza que las mantenía agregadas retiró su poder y se manifiesta la actividad inversa dicho acertadamente por un autor:
“Nunca está el cuerpo más vivo que cuando muerto.” Y ha dicho otro autor: “La muerte no es más que un aspecto de la vida, y la destrucción de una forma material es el preludio de la construcción de otra.”
El apóstol Pablo al hablar sobre la resurrección escribió a lo miembros de Corinto : “Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder; se siembra cuerpo natural, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo natural, y hay cuerpo espiritual.” (1 Corintios 15:42-44)
Cuando el individuo es capaz de desprenderse temporalmente de su cuerpo físico y actuar efectivamente en los planos ultraterrenos, le parece fútil y absurda toda discusión especulativa sobre la vida después de la muerte: Si un individuo que no ha llegado todavía a la etapa de desenvolvimiento psíquico y espiritual en que se tiene prueba sensoria de la supervivencia del alma, demanda una prueba de ella, digámosle que en vez de fijar su mirada mental en el exterior la enfoque, en su interior y allí hallará la prueba deseada.
Porque, como nos enseña la filosofía, el mundo interno es mucho más real que el mundo externo de los fenómenos. En efecto, el hombre no tiene un positivo conocimiento del mundo exterior, pues todo cuanto posee es el informe que el interno le proporciona de las impresiones recibidas del exterior.
El hombre no ve el árbol que mira, sino tan sólo la imagen invertida del árbol retratada en su retina. Además, su mente ni siquiera percibe esta imagen, sino sólo el vibratorio informe de los nervios cuyos filamentos terminales excitó la imagen. Así no hemos de avergonzarnos de aprovechar las reservas acopiadas en las intimidades de la mente donde permanecen muchas profundas verdades.
En las regiones subconsciente y superconciente de la mente está el conocimiento de muchas fundamentales verdades del universo, entre ellas las dos siguientes: 1º la certidumbre de la existencia de una suprema Potestad que compenetra y mantiene el universo; la certidumbre de la inmortalidad de nuestro verdadero ser, del íntimo Yo que ni el fuego abrasa ni el agua ahoga ni el aire afecta.
La vista mental enfocada en nuestro interior hallará siempre el Yo con la certeza de su indestructibilidad. Desde luego que esta prueba es muy diferente de la que requieren objetos de materia física; pero ¿qué importa?
La verdad buscada pertenece a la interna vida espiritual y no a la externa física, y así por dentro y no por fuera se ha de buscar al alma.
La mente concreta sólo puede relacionarse con objetos físicamente materiales; la mente superior, subjetiva o intuicional, se relaciona con objetos psíquicos y espirituales. La mente concreta se relaciona con el cuerpo y la intuitiva con el alma de las cosas. Por lo mismo, hemos de buscar el conocimiento respectivo en la región apropiada de nuestro ser.
Dejad que el alma hable por sí misma y escucharéis su sonoro, armónico, vigoroso y esplendente canto, que dice: “No hay muerte, no hay muerte, no hay muerte. No hay más que vida, y esta vida es ETERNA.” Tal es el canto del alma.
Escuchadlo en el silencio, porque únicamente así podrán llegar a vuestro oído sus vibraciones. Es el canto de Vida negador de la muerte. No hay muerte. Sólo hay eterna, sempiterna vida.
Observación: En el evangelio de Lucas Cap. 9:59 y 60, Jesús invita a un joven a quien se le había muerto su padre a seguirlo, pero él dijo: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Mas Jesus le dijo: Dejad que los muertos entierren a sus muertos; pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios. En Lucas 20:38. dice: El no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para El todos viven.
Por: Eckhart Tolle
Extracto del libro: La vida después de la Muerte
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